Es normal que se nos haya quedado cara de tontos. Todos sabíamos que la descomunal burbuja inmobiliaria tenía que explotar en algún momento, pero todos confiábamos en que ese momento fuera luego, después, o más tarde.
Pero el caso es que no ha sido así: la avaricia, la mala gestión y (no nos equivoquemos) el engaño han hecho que el globo reventara. Y la onda expansiva ha arrasado todo un país, por no decir que le destrozado los tímpanos al planeta entero.
Pero, lo peor de todo es que determinadas instituciones pretenden hacer creer que la culpa de la crisis es del atolondrado ciudadano medio que se ha endeudado como si no hubiera mañana. Y, claro, mañana ha llegado. De hecho, lleva seis años siendo mañana.
Una visión alternativa
Pues bien: voy a tratar de dar otra visión. Tal vez no sea la más correcta desde el punto de vista de los estudios económicos, pero es… otra visión. Al fin y al cabo, no pueden pretender llamarme tonto y manirroto y que me quede callado, por mucha razón que tengan.
De fábula
Vamos a ver: supongamos un banco y tres mendigos. El primer mendigo, vamos a llamarlo José María, quiere dejar de vivir en la calle. Para comprarse una casa, pide un crédito que el banco le da, premiándolo además con una propinilla para el garaje y una vajilla diseñada por Argimiro Ruiz de la Manga.
Lo que el banco, en su ansia por vender sus productos, ha olvidado es asegurarse de que José María tenga una buena razón para devolver el crédito. Un aval, por ejemplo. De este modo, José María, cuyos ingresos dan para lo justito, se “olvida” de pagar la hipoteca durante unos meses.
Pérdidas tontas
Claro, la entidad crediticia se queda con la casa, que vale menos, visto el tiempo transcurrido y que el perrito de José María ha hecho de algunas esquinas su pipí can particular. De momento, el saldo es ciento cincuenta mil euros no devueltos y una casa que vale cien mil en propiedad de una emresa que no la necesita. Total, menos cincuenta mil y una persona sin hogar.
Llega el segundo mendigo, José Luis, y el banco, que quiere deshacerse de un activo que sólo le causa gastos, le concede de nuevo el crédito, cruzando los dedos y rezando a San Pancracio para que este señor sí que devuelva el préstamo. Y claro, San Pancracio, con tantas peticiones que tiene que atender, no le hace caso al banquero, que además profesa otra religión (los dinerarios del fin del mes).
Pérdidas aun más tontas
Ahora, el banco tiene menos doscientos mil euros no devueltos y una casa que vale cincuenta mil en propiedad. Menos ciento cincuenta mil de saldo. Y llega el tercer mendigo, Mariano, a pedir su préstamo.
Pero Mariano quiere el dinero para fundar una empresa que no tenga que ver con el ruinoso ladrillo (desafortunado e involuntario juego de palabras. Lo siento). Se trata de reactivar el la economía creando empleo y riqueza…
¿¿Y los tontos somos los demás??
… Lástima que el banco se niegue a soltar un céntimo antes de que le vuelva a sobrar el dinero. Las instituciones, conscientes de que el banquero ha de estar a punto de ahogarse en billetes de quinientos antes de soltar un céntimo, deciden inyectar un dinero que es de todos en los bancos, en lugar de dárselo a gente como Mariano (que, por cierto, habría acabado por guardarlo en el banco). Y el banco, claro, sigue sin soltar un tazo.
De esta forma, iniciamos el círculo vicioso que nos ha llevada hasta donde estamos. O tal vez no tenga nada que ver. Al fin y al cabo, mi preparación y mi intelecto están años luz por detrás de los de los señores que, sabios y justos, nos gobiernan y administran.